Imágenes para la his­toria: El fotograma 313

CURIOSIDADES
Fotograma del asesinato captado por Abraham Zapruder En la me­moria del ase­si­nato del pre­si­dente John Kennedy, del que el pró­ximo viernes se cumple el 50 aniver­sa­rio, con­viven mu­chas ver­siones y pocas cer­te­zas. Una, in­cues­tio­na­ble, es que el ti­roteo -se dis­cute el nú­mero de dis­pa­ros- duró menos de seis se­gun­dos. Esta verdad evi­dente se la debe la Historia a un emi­grante ruso, Abraham Zapruder, un afi­cio­nado cuya fil­ma­ción con su cá­mara de 8 mi­lí­me­tros se con­ver­tirá en una de las pe­lí­culas más vistas de la Historia. El azar quiso que se si­tuase, a media co­lina en la calle Elm, por donde des­cendía la co­mi­tiva y a es­casos me­tros del punto donde el pre­si­dente fue al­can­zado por las ba­las. La cá­mara ro­daba a una ve­lo­cidad de 18,3 cua­dros por se­gundo. Los investigadores de la oficial Comisión Warren señalaron en su polémico informe que el presidente fue alcanzado por el primer disparo entre los cuadros 210 y 225. Antes del 210, un roble frondoso tapaba la línea de fuego desde el sexto piso del almacén de libros donde estaba situado el tirador solitario. En el fotograma 225 Kennedy se llevaba las manos a la garganta, ya herido. Pero el cuadro terrible era el 313: la masa cerebral del presidente saltaba por los aires alcanzada su cabeza por un disparo certero. En total 103 fotogramas de muerte. Tiempo: 5,6 segundos. La Comisión Warren, cuya versión es la verdad oficial, se veía así constreñida por la filmación del señor Zapruder a levantar una auténtico castillo de naipes para explicar como Lee Harvey Oswald, a unos 80 metros de distancia, de tres disparos, uno fallado, realizados en 5 ,6 segundos con un fusil de cerrojo y mira telescópica, pudo perpetrar tamaña carnicería a los ocupantes de un coche que se alejaba de él a unos 15 kilómetros por hora. Existe un cierto consenso entre los investigadores, incluidos los defensores de la versión oficial, que repetir, incluso sin la tensión que sufre un asesino al acecho, tamaña hazaña está alcance de muy pocos tiradores. Tal vez de ninguno. El dato temporal, los fotogramas de Zapruder, obligaban a la comisión a construir un elaborada teoría que pasaría a a la historia como la «bala mágica», que además de causar siete heridas graves en dos personas diferentes -el presidente Kennedy y el gobernador John Connally que le acompañaba en el coche en el asiento delantero- se encontró prácticamente intacta en una camilla del hospital donde fueron llevados los heridos. Pero si había sólo un asesino, Lee Harvey Oswald, los disparos eran tres, uno había fallado y herido levemente a un espectador, el otro ya había alcanzado al presidente, el tercero era el causante de las heridas restantes. Los hechos tenían que encajar. Y si no encajaban peor para los hechos. Zapruder entregó su película al Servicio Secreto, que realizó copìas, y devolvió el original a su propietario que rápidamente la vendió a la revista Life. La película durmió durante años en un archivo de la revista /Life que publicó fotogramas escogidos de la película, siempre en apoyo de la tesis oficial. Zapruder, en su comparecencia ante la Comisión Warren dijo que la había vendido en 25.000 dolares pero cuando años después el contrato de compra venta salió a la luz la cantidad era de 125.000 dólares. La historia de los fotogramas publicados alimentó las sospechas de los escépticos con la versión oficial al descubrirse alteraciones en el orden de los fotogramas publicados, y alguna repetición sospechosa. Todo se debía a errores de publicación, se dijo. La primera vez que la película se vio en público fue en un tribunal. Jim Garrison, el fiscal de Nueva Orleans que se embarcó en una temeraria y fallida aventura para probar que hubo una conspiración en el asesinato del presidente, consiguió, con mandato judicial, una copia de la película. El gran jurado que escuchó sus alegaciones pudo ver en 1969 las imágenes en movimiento del asesinato. Pero el gran público tuvo que esperar hasta marzo de 1975. Geraldo Rivera en su show nocturno de la cadena ABC, de la mano de dos conocidos críticos de la Comisión Warren, Robert Groden y Dick Gregory, mostraron las imágenes que estremecieron a una sociedad en plena crisis por el escándalo Watergate y la dimisión de Nixon. Se atribuye al impacto social que causó la difusión por televisión nacional de la película la decisión de la Cámara de Representantes de abrir en 1976 la segunda y última investigación oficial sobre el asesinato. Pero las imágenes captadas por Zapruder demostrarían, de nuevo, su fuerza al ser contextualizadas en la obra de ficción, basada en hechos reales, la película «JKF» de Oliver Stone realizada 1991. ¡Hacia atrás y hacia la izquierda! ¡Hacia atrás y hacia la izquierda! Era el fotograma 313. Este y los anteriores mostraban el violento impacto de una bala en la cabeza del presidente que la lanzaba hacia atrás y hacia la izquierda. Por tanto, el tirador estaba delante y a la derecha, en el ominoso montículo arbolado justo detrás desde donde, a media ladera, filmaba Zapruder. Era la prueba de que existía un segundo tirador, por tanto, llana y simplemente una conspiración. Pero para ser justos con la pequeña historia de la película de Zapruder, un escritor, intelectual y pionero en la crítica de la Comisión Warren, merece párrafo propio. Josiah Thompson, profesor de filosofía, se interesó pronto por el asesinato de Kennedy y tuvo en primicia acceso, con autorización de la revista Life, a la película de Zapruder. Su libro, publicado en 1967. «Seis segundos en Dallas» mantuvo que tres tiradores hicieron cuatro disparos en la plaza Dealey. Dos disparos desde el Almacén de Libros de Texas, otro desde Archivo del Condado de Dallas, (otro edificio de la plaza Dealey), y el cuarto desde el montículo arbolado. Este último sería el disparo fatal. Thompson intentó negociar con Life la publicación, en su libro, de fotogramas inéditos de la película y la revista, que no los había publicado, se negó. Pese a ello publicó en su libro dibujos detallados y fotografías que le costaron una demanda por parte de Life. Los tribunales ampararon a Thompson y el derecho a la información sobre un hecho relevante como era el asesinato del presidente Kennedy. Thompson fue el pionero que vio la importancia de la filmación y desenterró su poder de los archivos de Life. Es indiscutible que la película de Zapruder fue el reloj del crimen, lo acotó en el tiempo y obligó a la versión oficial a elaborar una hipótesis frágil, y es notorio que sus imágenes de la muerte de un presidente han conmocionado a diversas generaciones. Pero otras películas, estas profesionales, las filmadas por los cámaras de las cadenas de televisión que trabajaron sin descanso en los abarrotados pasillos de la comisaría de Dallas, en las ruedas prensa y las ruedas de testigos, durante las cuarenta y ocho horas que mediaron entre la muerte de Kennedy y la del único sospecho oficial, Lee Harvey Oswald, detenido dos horas después de que sonara el primer disparo en la plaza Dealey, han tenido su importancia. En esas películas surge la imagen desangelada de Jack Ruby, 52 años, pululando por los pasillos de la comisaría la tarde misma día del crimen. Por la mañana, Seth Kantor, periodista que viajaba en la comitiva presidencial cuando el tiroteo y que se desplazó al hotel Parkland para dar noticia de la muerte de Kennedy lo encontró allí mismo, en el hospital. Kantor y Ruby se conocían, se saludaron y hablaron brevemente. Así lo atestiguó el periodista. La Comisión Warren no creyó su testimonio. No pudo negar sin embargo la presencia de Ruby esa tarde en la comisaría, ni su intervención, esa misma noche para corregir en público al fiscal del distrito, Henry Wade, que había anunciado que el sospechoso Lee Harvey Oswald pertenecía al comité Por una Cuba Libre. Ahí estaban las imágenes y el sonido. La voz de Jack Ruby se escuchó desde el fondo de la sala llena de periodistas. No, dijo, Oswald pertenecía al comité Juego Limpio para Cuba. Había algo más que una diferencia de nombre. El comité por una Cuba Libre era anti-castrista y el Juego Limpio para Cuba, del que Oswald era el presidente y único miembro de la agrupación de Nueva Orleans, era procastrista. Ruby ya era un experto en Oswald el viernes 22 por la noche. Este gangster de Chicago, al frente en Dallas de un garito de stritptease, flotando entre el hampa y la policía, soltero, judío practicante, volvería el sábado a la comisaría para saber como avanzaba el caso; volvería el domingo temprano por la mañana, y se presentaría de nuevo a las once y veinte de la mañana, esta vez, para quedar inmortalizado como co-protagonista del primer asesinato televisado en directo por las cadenas de televisión. Unos minutos antes, en la acera de enfrente de la comisaría, Ruby enviaba un giro de 25 dólares a una de las chicas de su espectáculo. El giro estaba datado 11.17 A.M. Después cruzó la calle, entró en la comisaría – su vía de acceso al sótano dónde aguardaba la prensa acreditada sigue siendo objeto de polémica- con el tiempo justo para abalanzarse sobre un Oswald esposado y prendido por los brazos por dos policías y descerrajarle un tiro en el vientre que le causó la muerte. En este crimen había imágenes, testigos y su autor detenido en el acto. Un caso fácil. Homicidio por locura transitoria. Sin premeditación, ni alevosía. Así lo demostraba el pago realizado por Ruby sólo minutos antes del crimen. Un acto impulsivo, no premeditado. Esa fue la estrategia de la defensa, tras la ridícula frase aquella de que el crimen estaba motivado para evitar a Jacqueline Kennedy la penosa tarea de acudir al juicio del asesino de su marido. Sin embargo, un jurado popular, no creyó esta versión. En marzo de 1964, el jurado, que deliberó sólo durante dos horas y 19 minutos, lo encontró culpable de asesinato con premeditación y recomendó la pena de muerte. En el aire quedaba qué ayudas, policiales se sospechaba, tuvo Ruby para cometer el crimen. Sin duda, en el ánimo del jurado estaban presentes no sólo las imágenes del crimen, televisadas, sino las anteriores. Las de un asesino merodeando en torno a su víctima, en este caso un prisionero. Tras dos años y medio de recursos y apelaciones, el 5 de octubre de 1966 el Tribunal Penal de Apelaciones de Texas anuló por defectos de forma la sentencia y fijó un nuevo juicio que debería celebrase en Wichita Falls, Kansas. Pero cuando en diciembre de 1966 el sheriff de esa ciudad viajó a Dallas para hacerse cargo del prisionero encontró que estaba demasiado enfermo para ser trasladado. Ruby fue trasladado inmediatamente al hospital Parkland -el mismo en el que se certificó la muerte del presidente Kennedy y Lee Harvey Oswald – donde se le diagnosticó un cáncer generalizado. Murió el 3 de enero de 1967. El informe Warren puso su epitafio histórico. Ruby actuó sólo, sin cómplices. Un loco mató a otro loco. Cincuenta años después la discusión continúa y las imágenes permanecen.